Con motivo de la celebración del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza el 17 de octubre, hemos reunido a Natalia Peiro, Secretaria General de Cáritas Española, con Juan José Afonso, Director General de San Juan de Dios en España. El resultado ha sido una conversación a dos voces muy reveladora sobre la situación de la pobreza hoy en día, los retos de futuro de las organizaciones sociales y el papel de la Iglesia, entre otras cuestiones.
Actualmente Naciones Unidas estima que hay 1.300 millones de personas que sufren pobreza multidimensional, que implica carencias de todo tipo como no poder acceder a una vivienda digna, a una alimentación adecuada, a un trabajo, a educación, a servicios sanitarios… “Si tenemos que definir la pobreza en pocas palabras, lo que vemos es una pobreza caracterizada principalmente por la desigualdad —afirma Natalia—. Una desigualdad que no para de aumentar y que hace que las situaciones de pobreza más extremas se estén alejando mucho de casi la mitad de la población, que vive en una situación más normal, cronificándose, de manera que cada vez hay más dificultades para que puedan salir de ahí”. Una situación que hoy en día afecta a más de 6 millones de personas en España, según el informe Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España de la Fundación FOESSA.
Por otro lado, los rostros de la pobreza son muy diversos, y afectan a personas mayores, adultas y a la infancia. “Hoy en día podemos ver profesionales, universitarios incluso, que necesitan hacer uso de dispositivos sociales como comedores y economatos —continúa Juan José—. Algo que llevábamos mucho tiempo sin ver”.
“Hoy en día podemos ver profesionales, universitarios incluso, que necesitan hacer uso de dispositivos sociales como comedores y economatos»
Juan José Afonso
Por eso, considera que el estándar de pobreza que conocemos históricamente está cambiando. “Cada vez hay más pobreza no evidente en el día a día, y lamentablemente vamos hacia una mayor desigualdad, donde la clase media se estrecha y los ricos son cada vez más ricos, y los pobres más pobres”.
Además, afirma Natalia, “hay otras brechas menos evidentes que auguran un futuro muy complicado, como la de la edad en relación a las personas más jóvenes, que son las que tienen una peor situación de seguridad y proyección, o la brecha de género, la situación de las mujeres y la desigualdad por origen”.
Un grupo tradicionalmente afectado por el riesgo de pobreza son las familias con niños, especialmente monoparentales y numerosas, que se perpetúa en esa situación y conlleva que haya personas que no tienen la posibilidad de no ser pobres en ningún momento de su vida.
En este nuevo contexto, Juan José considera que seguimos teniendo unas estructuras y sistemas de apoyo del siglo pasado que no se ajustan a la sociedad de ahora, que tiene otras características.
“Ha habido muchos avances sociales, pero siguen existiendo necesidades que no están resueltas y, por tanto, la red de soporte de los colectivos más vulnerables debe cambiar para adaptarse al mundo de hoy”. Ambos están de acuerdo en que ya se están dando pasos en esa dirección. Por ejemplo, “los servicios sociales están muy orientados al individuo —dice Natalia— y se están teniendo que reorientar, incluso desde muchas de nuestras organizaciones, para poder dar apoyo a la familia”.
Acceso a nuestros derechos
Para ella, este es uno de los principales cambios que ve y señala el caso de las personas sin hogar. Explica que cuando pensamos en ellas nos viene la imagen de una persona de edad mediana o adulta, que vive en situación de calle porque ha pasado por situaciones difíciles o el deterioro de su salud, y se encuentra en esa última etapa que requiere un trabajo de rehabilitación personal y social.
Sin embargo, “ahora nos damos cuenta que la falta de acceso a algunos derechos, como el derecho a una vivienda digna, está llevando a muchas familias enteras a situaciones donde la vivienda no es adecuada o no está asegurada, porque no pueden pagarla y no saben si les echarán”. Una situación que afecta a familias que incluso tienen a uno o varios miembros trabajando, pero con sueldos insuficientes para garantizar una vivienda normalizada.
De ahí que en los últimos años se hayan puesto en marcha proyectos específicos para las familias, destinados a paliar esas situaciones con distintos recursos. En Cáritas, por ejemplo, a través de pisos propios, y en San Juan de Dios con ayudas económicas que les permitan conlleva que haya personas que no tienen la posibilidad de no ser pobres en ningún momento de su vida.

En este nuevo contexto, Juan José considera que seguimos teniendo unas estructuras y sistemas de apoyo del siglo pasado que no se ajustan a la sociedad de ahora, que tiene otras características.
“Ha habido muchos avances sociales, pero siguen existiendo necesidades que no están resueltas y, por tanto, la red de soporte de los colectivos más vulnerables debe cambiar para adaptarse al mundo de hoy”. Ambos están de acuerdo en que ya se están dando pasos en esa dirección. Por ejemplo, “los servicios sociales están muy orientados al individuo —dice Natalia— y se están teniendo que reorientar, incluso desde muchas de nuestras organizaciones, para poder dar apoyo a la familia”.
Acceso a nuestros derechos Para ella, este es uno de los principales cambios que ve y señala el caso de las personas sin hogar. Explica que cuando pensamos en ellas nos viene la imagen de una persona de edad mediana o adulta, que vive en situación de calle porque ha pasado por situaciones difíciles o el deterioro de su salud, y se encuentra en esa última etapa que requiere un trabajo de rehabilitación personal y social.
Sin embargo, “ahora nos damos cuenta que la falta de acceso a algunos derechos, como el derecho a una vivienda digna, está llevando a muchas familias enteras a situaciones donde la vivienda no es adecuada o no está asegurada, porque no pueden pagarla y no saben si les echarán”. Una situación que afecta a familias que incluso tienen a uno o varios miembros trabajando, pero con sueldos insuficientes para garantizar una vivienda normalizada.
«Las nuevas pobrezas conllevan que los programas se están teniendo que reorientar desde las organizaciones sociales para poder dar apoyo a familias enteras»
Natalia Peiro
De ahí que en los últimos años se hayan puesto en marcha proyectos específicos para las familias, destinados a paliar esas situaciones con distintos recursos. En Cáritas, por ejemplo, a través de pisos propios, y en San Juan de Dios con ayudas económicas que les permitan afrontar las facturas de suministros indispensables como la luz. “Efectivamente —apunta Juan José— hay mucha gente que no es capaz de tener autonomía porque su nivel de ingresos es insuficiente para llevar un nivel de vida digno y adecuado, para ellos y sus familias, aunque estén ocupados o tengan soporte de alguna administración”. Un hecho que impide el acceso a vivienda, alimentación, educación, desarrollo social… y afecta al individuo y su descendencia.
En este punto la clave es el empleo, el otro aspecto relacionado con la falta de acceso a esos derechos. Natalia explica que ellos también han constatado que la falta de empleo es uno de los factores que más exclusión genera y, sin embargo, “estamos viendo nuevas situaciones de pobreza en personas que tienen un empleo”.
Ante la pregunta sobre qué es lo que ha pasado para llegar a esta situación, ella cree que se debe a las transformaciones que ha sufrido nuestro modelo económico y el mercado de trabajo. “Aquellas personas que buscaron un trabajo después del 2008, bien porque lo perdieron en las sucesivas crisis o bien porque son jóvenes y se han incorporado recientemente, encuentran trabajos más precarios, más inestables y de mayor temporalidad”. Por eso, aunque disponen de empleo, no pueden disfrutar de una inclusión plena. Algo que afecta especialmente a las personas en situación irregular, que supone un colectivo muy numeroso.
El impacto del covid-19
Otro de los temas destacados en la conversación fueron las huellas profundas que ha dejado la pandemia del covid-19. En este sentido, Juan José considera que ha dejado muchas consecuencias negativas, como el elevado coste humano y la eclosión de los problemas de salud mental, que agravan las situaciones de pobreza. “Estamos ante una sociedad cansada, agotada, y la salud mental ha sufrido alteraciones que pueden ser de diversa índole dentro de un gran abanico, pero que no hay que confundir con enfermedad mental; aunque algunos casos pueden llegar a desarrollar una enfermedad mental grave”.
Para Juan José esto está relacionado con la inseguridad que nos ha provocado “habernos dado cuenta de que somos frágiles. La pandemia nos ha puesto de manifiesto que hay cosas que dábamos por garantizadas que no lo están. Además de que nuestros sistemas sanitarios en Occidente no tienen las respuestas a todo”.
Natalia está de acuerdo y añade que, por un lado, “esa fragilidad también nos ha llevado a pensar que debemos ser solidarios y que juntos podemos salir de la crisis del covid-19. Pero, por otro lado, esa fragilidad también causa miedo y este se ha quedado ahí instalado”.
La pandemia del covid-19 ha agravado la situación económica y social de miles de familias.
Todo esto se suma a la crisis eco- nómica, que añade estrés e incertidumbre, y a un sistema sanitario que ha quedado muy tocado. Por lo tanto, “como consecuencia tenemos una sociedad más débil con capas de pobreza institucionalizada mayo – res”, apunta Juan José.
Por si esto no fuera poco, Natalia afirma que “además creo que hay una tercera crisis muy grave, que es la política. Me refiero a esa contradicción que muestra Europa con una agenda global que pretende la igualdad, pero que en la realidad se traduce en una mayor desigualdad y dificultad para pensar en la cooperación. Un ejemplo ha sido el tema de las vacunas, donde se prioriza primero los nuestros”. También es cierto que Europa siempre se muestra muy solidaria y en otros temas ha conseguido logros positivos. “Pero creo que otra de las consecuencias negativas es que se ha generado una desvinculación por la política, que está relacionada especialmente con la falta de participación de las personas más débiles”, resalta Natalia.
Algo que debería recuperarse si queremos construir sociedades fuertes, donde las personas sientan que no están solas. “En el futuro —continúa— tenemos muchísimo que trabajar para recobrar esa vinculación comunitaria y, quizá, esperanza. Porque llevamos ya muchos años perdiéndola poco a poco y la pandemia ha sido ya la puntilla”. Así que hay que seguir trabajando por la sensibilización y por encontrar, entre todos, “la manera de que las personas que lo tienen peor sean capaces de reclamar, de participar y de ejercer sus derechos”.
El papel de las entidades sociales
Sobre este tema, Juan José considera que el trabajo que se está realizando actualmente desde las entidades sociales está bien hecho, pero es insuficiente. Por un lado, hay que trabajar más y mejor en red, “reconociendo a nuestros pares en la prestación de ese servicio público que realizamos entre todos”. Porque lo importante son las personas que atendemos y “si vamos de la mano tenemos más alcance”.
Como ejemplo, Juan José nombró a las personas refugiadas que atiende San Juan de Dios en Ucrania. “Allí estamos colaborando con Cáritas, que nos ayuda a distribuir parte de los alimentos y el material adquirido con la campaña de emergencia que pusimos en marcha aquí, y en la que han colaborado centros de la Orden y muchas personas”.
Natalia afirma que efectivamente hay que seguir por esa vía, para evolucionar como red y “lograr un objetivo común basado en las nuevas necesidades de las personas vulnerables”.
Lo segundo que habría que hacer —continúa Juan José— sería “salir de nuestras cuatro paredes. Desinstitucionalizar el servicio que prestamos. Ya no basta con atender a esa persona en nuestra casa, debemos ayudarlas en su entorno. Este tipo de intervenciones ya se hacen, pero hay que potenciarlas”.
En este sentido, Natalia añade que en el camino de reducir todas estas desigualdades debemos seguir apoyando a los más débiles, con medidas seguramente extraordinarias, con más recursos y más flexibilidad, hasta que demos paso a ese modelo más acorde a las necesidades actuales.
Además, “yo creo que debemos seguir siendo muy activos y defendiendo con mucha energía la transmisión de los valores evangélicos. Creo que hace mucha falta en la sociedad actual y tanto las personas que lo pasan mal como las que no, y nuestros colaboradores, necesitan esa dimensión espiritual y de ser humano que podemos lograr desde los valores que defienden nuestras instituciones, por ese modelo de sociedad y persona más solidaria y más justa”.
En este punto, para los dos ese es sin duda uno de los valores diferenciales de todas las organizaciones de Iglesia. No solo porque las personas desfavorecidas son el centro de esa misión social que prestan desde hace tanto tiempo, sino también por el componente espiritual y los valores que promueven a través de acciones concretas.
Juan José explica que “la Iglesia católica trabaja en todo el mundo y es un actor muy relevante, sólido y estable desde el punto de vista de servicio público, ya que no estamos sujetos a ningún condicionante político ni a una cuenta de resultados. Por ello, debemos seguir prestando este servicio a la sociedad ya que, lamentablemente sigue siendo necesario”.
Cooperación internacional
Por otro lado, también hablaron de la importancia de mantener la cooperación internacional y no perder el desarrollo alcanzado.
Debemos entender que la solidaridad entre los pueblos es la base para construir una sociedad mejor, aquí y allí. “Las guerras, las pandemias, las crisis humanitarias no son locales —dice Juan José—, por eso no podemos permitirnos renunciar a la defensa de los derechos humanos ni mirar para otro lado cuando no se cumplen”.
Natalia también afirma que “no nos cabe duda de la dignidad de las personas allá donde estén, y que somos una sola familia. Pero vemos con preocupación la disminución de fondos destinados a cooperación y el cambio de prioridades, ya que por el hecho de ocuparnos de la lucha contra el covid-19 o las personas refugiadas de Ucrania no debemos olvidarnos de otras emergencias”. Concretamente se refirió a la crisis alimentaria que actualmente afecta a más de 40 millones de personas en el Sahel y el Cuerno de África y que está a punto de explotar. “Creo que falta una gobernanza global con una mirada menos cortoplacista, que sea más fuerte a nivel internacional y proteja de verdad a esos pueblos que no tienen la posibilidad de tener un futuro en los lugares donde nacieron”.

Y si fuera presidente/a…
Para ninguno de los dos la res- puesta es fácil. Demasiados asuntos de gran calado que resolver, así que, ¿por dónde empezar?
Si continuamos con el ámbito social, Natalia cree que una primera medida posible sería “alcanzar un pacto contra la pobreza, que realmente conlleve un diálogo serio entre las fuerzas políticas y la participación de la sociedad civil. El reconocimiento de los actores que están trabajando por la justicia social y por el fin de la pobreza podría hacernos concretar algunas políticas urgentes de vivienda, de familia en relación a los ingresos mínimos, etc. que deben ser realizadas con una visión menos de emergencia, y más a largo plazo y más consensuada, sin olvidar la cooperación internacional”. Juan José coincide plenamente con la importancia de abrir un foro de diálogo y reflexión con expertos y representantes de la Administración, el tercer sector y otros actores estratégicos, para lograr ese pacto de estado que permita ponernos de frente ante cualquier pobreza. “Y no perdería de vista que vivimos en un mundo finito, aunque actuamos como si no lo fuera.
En Occidente creemos que nuestras economías pueden estar en constante crecimiento y que ese es el camino correcto. Sin embargo, hay cuestiones que tenemos que resolver entre todos, actuando conjuntamente y a nivel individual”.
El cambio climático, las migraciones, las crisis humanitarias… Hechos y retos de nuestro tiempo que bien merecen acuerdos estables y cooperación, que beban de la experiencia y el conocimiento disponible para implementar medidas concretas y duraderas. Como apuntaron Natalia y Juan José en esta conversación a dos voces, no necesitamos parches. Desde nuestro ámbito, necesitamos que las organizaciones que nos dedicamos al ámbito social compartamos objetivos comunes, para acompañar de forma eficaz a las personas, las familias más frágiles y vulnerables, en su empeño por superar la situación de exclusión en que están inmersas. Algo que en este momento está relacionado principalmente con la precariedad laboral y la falta de espacios de participación donde puedan reclamar sus derechos. En nuestras manos está cambiarlo.